La vida diaria en un lugar olvidado

La vida diaria en un lugar olvidado

Las siete y media de la mañana, amanece en un lugar aparentemente inhóspito, en el que habitan 250.000 saharauis refugiados, pero solo tienes que conocer a sus habitantes para darte cuenta de que, por dentro, es de lo más acogedor.

Estas personas viven aisladas y en el olvido de los demás países. Tras la cesión de la Administración del Sahara Occidental de España a Marruecos y Mauritania en el año 1975, se inició un conflicto armado de estos contra el Frente Polisario, que luchaba por la autodeterminación del territorio. Marruecos comenzó la ocupación del territorio saharaui y estos comenzaron a huir, hasta acabar concentrándose y asentándose en Tindouf, al Suroeste de Argelia. Fueron creciendo en número de refugiados, formando campamentos en un territorio en el que no había nada, más que arena. En definitiva, un desierto. Así, miles de familias acabaron separadas por el muro que impusieron, separando la zona del Sahara Occidental ocupada (costa), de la libre.

Acabaron formando un total de 5 campamentos, los cuales mantienen los nombres de las ciudades del Sahara Occidental y conocidos como wilayas: Bojador (antiguo 27 de febrero), Dajla, El Aaiún, Auserd y Smara; que a su vez se dividen en núcleos menores, dahiras, y estas, en barrios.

Ya dentro de uno de los campamentos, puedes subirte a una de esas montañas de arena y visualizar un plano irregular, en el que hay una concentración desorganizada de habitáculos de adobe, en su mayoría. Es un paisaje con una tonalidad muy homogénea, no hay colores, únicamente el azul del cielo y el resto, color tierra. Junto a estas casas deterioradas se pueden visualizar también una gran cantidad de jaimas, se trata de una especie de tiendas de campaña. Destacando también, las cabras, que pasean libremente por las calles, y algún que otro dromedario.

Ya se empiezan a escuchar movimientos por la casa, hace frío, mucho frío. Los niños se preparan para ir al colegio y la guardería. Se lavan la cara, se cambian la ropa si ya no caben más manchas en ella y desayunan, si tienen qué echarse a la boca.

Mientras los niños se preparan, los mayores recogen todas las mantas que han utilizado para dormir y así convertir el dormitorio en salón. Una vez se marchan los niños, se empieza a preparar el primer té del día y el desayuno, un trozo de pan. Para los saharauis el es un símbolo de hospitalidad y cordialidad. Es lo primero que hacen cuando llega una visita, ya que se trata de todo un ritual y hace que un buen té sea la primera forma que ellos tienen de dar la bienvenida a su hogar. La tradición dice que han de tomarse tres tés: el primero, amargo comola vida; el segundo, dulce como el amor; y el tercero, suave como la muerte.

Al terminar este té, llega la hora de la limpieza, las mujeres se recogen sus melfas para barrer. Las pocas personas que trabajan se dirigen a ello. Los trabajos en los campamentos se limitan a la construcción de habitáculos, el comercio, la educación y sanidad, principalmente, ya que carecen de los factores productivos necesarios para el sector primario y la industria. Es un lugar donde no crece ni la hierba, nunca mejor dicho.

Este pueblo vive de las ayudas humanitarias internacionales. Se les suministra una cantidad de alimentos determinada por persona al mes (arroz, lentejas, harina, azúcar, patatas, zanahorias, etc), pero este programa no llega a abastecer al 100% de la población. También reciben un suministro de cisternas de agua potable, pero al igual que el alimento, escasea.

Al visitar uno de los colegios, concretamente el situado en Guelta (El Aaiún), la maestra de español afirmó que “Los niños estudian español a partir de 3º de primaria. Hay otros colegios que reciben ayudas, pero en este concretamente no recibimos ningún tipo de ayuda, únicamente, desde hace unos años, en febrero vienen unos jóvenes de Castilla-La Mancha e imparten clases durante unas dos semanas. Sería interesante recibir instrumentos escolares para los alumnos y cisternas para guardar el agua”.

A media mañana, los saharauis vuelven a preparar otro té, bien en la jaima, o bien en la casa, ya sea en la suya propia o en la de algún familiar o amigo. Son momentos de compartir, detrás de cada té hay grandes conversaciones y momentos de diversión para ellos. Y bien por la mañana, o bien por la tarde, cada ciertos días, preparan cubos de agua y jabón para lavar su ropa a mano.

Después, van a alguna pequeña tienda local en la que venden alimentos para comprar al día lo que necesitan para cocinar. Preparan la comida en la humilde cocina, ya que se trata de una habitación más, pero en la que tienen un pequeño fuego portátil y una pequeña encimera. La alimentación es bastante saludable, se basa en arroz, cous-cous, pasta, lentejas, etc. acompañado de verdura hervida y un trozo de pollo, cabra, vaca o camello al horno. Otro alimento habitual es el pan, que suelen prepararlo casero diariamente. También comen después alguna pieza de fruta entre todos.

Los niños llegan del colegio hacia la 1 del mediodía, antes de comer juegan un poco. Llegada la hora de comer, la comida se reparte en un par de platos grandes y todos comen del mismo. Además, no suelen utilizar cubiertos, y mucho menos, servilletas. Otro detalle curioso, es que hombres y mujeres no comparten plato.

A las 3, los niños vuelven al colegio, excepto los que van a la guardería, que por las tardes no tienen clase. Después de comer es un momento de descanso, están en la jaima o en el comedor conversando, escuchando música, jugando al parchís o similares. Y si, sorprendentemente, la mayoría tienen teléfonos móviles con conexión a Internet, incluso en los campamentos en los que todavía no hay luz, y consiguen energía eléctrica mediante baterías que recargan con placas solares.

Hacia las 5 de la tarde llega el momento de preparar otro té, después de este, a veces salen a dar una vuelta por el mercado o las tiendas, si necesitan comprar algo. Pero, suelen preferir estar en casa o visitar a algún vecino, o simplemente, sentarse fuera de casa y disfrutar de los rayos de sol, los días que los hayen invierno.

Cuando los niños salen del colegio hacia las 6 o 7 de la tarde, están hasta que anochece jugando fuerade casa, simplemente utilizando su imaginación, ya que, generalmente, no tienen ningún juguete. Los más mayores, entre los 11 y 16 años, dedican una media de una o dos horas diarias a las tareas escolares o estudio en casa.

Al bajar el sol y anochecer, el cielo se convierte en un mar lleno de estrellas, digno de contemplar. La gente se mete en sus casas, toman otro té, escuchan música, cantan y bailan reunidos. De nuevo, va refrescando, cada vez más.

Para terminar el día, cenan y vuelven a sacar todas las mantas, para convertir de nuevo el salón, en el dormitorio.

 

 

 

 

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Laura Jordà Tomás

4t de Publicitat i Relacions Públiques. Perfil dinàmic i creatiu. A més, clarinetista en projecte.

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