Miradas deshumanizadas
El otro día, mientras veía tranquilamente vídeos en TikTok, me topé con uno que, sinceramente, no me lo he podido sacar de la cabeza. Se trataba de una joven que contaba cómo había emigrado a otro país y se ganaba la vida limpiando casas. Llevaba puesta una camiseta holgada, sin insinuar nada, y grababa su rutina diaria mientras narraba su experiencia de manera informal. Hasta aquí, todo normal. Pero lo espantoso no estaba en el vídeo, sino en los comentarios. Cientos de hombres sexualizando a la muchacha, haciendo comentarios como: «la futura mujer de alguien» (con una clara intención despectiva) o «4 letras». Me quedé de piedra. ¿En qué momento se ha convertido en lo normal ver a una mujer haciendo una actividad absolutamente cotidiana y pensar automáticamente en sexualizarla?
Creo que la respuesta está, al menos en parte, en cómo la pornografía ha deformado la manera en que muchos hombres ven a las mujeres. Ya no se nos considera personas, sino cuerpos disponibles. Su consumo, lo que verdaderamente ha hecho entre los jóvenes es distorsionar la realidad. Les ha enseñado a mirar con deseo automático, incluso cuando no hay nada sexual en lo que están viendo.
Un estudio en España con hombres de 18-40 años señala que “entre los hombres españoles de 18 a 40 años, el 98 % habían visto imágenes y/o películas pornográficas” según la investigación recogida en un artículo reciente. Y no estamos hablando de películas románticas ni educativas, sino de material en el que se describe a la mujer como un objeto, como alguien que disfruta de ser humillada o ser dominada.
Y no es una exageración: aprender durante la pubertad sobre sexo a través de la pornografía provoca en los jóvenes una confusión entre ficción y realidad. Un informe australiano (Our Watch, 2020) reveló que el 69 % de los jóvenes de entre 15 y 20 años aprenden sobre sexo viendo material para adultos, y muchos creen que las mujeres tienen que ser como la actriz de esa material erótico. Es decir, que la primera educación sexual que reciben está completamente distorsionada. Y eso se traduce en comentarios como los del vídeo que vi: hombres que ya no saben diferenciar entre una mujer real y una imagen fabricada para su placer.

Esta adicción no solamente afecta en aquellos que lo consumen, sino también a las mujeres que somos observadas, juzgadas o acosadas bajo esa mirada contaminada. Mujeres que no podemos subir un vídeo, caminar por la calle o incluso trabajar sin que alguien proyecte sobre nosotras una fantasía falsa aprendida en internet. Y lo peor de todo, es que muchos hombres ya no tienen conciencia del daño que provoca esta forma de mirar. Se ha vuelto tan común, tan normalizada, que a los que señalamos lo problemático, parece que estamos siendo exagerados.
Pero no es exagerado. Es urgente. Porque la pornografía no solo deshumaniza a las mujeres, sino que también daña la salud mental de los hombres. En otras palabras, este negocio no solo nos convierte a nosotras en víctimas, sino que también enferma a quienes lo consumen. Y en todo esto, el Estado también tiene una responsabilidad. No puede seguir mirando hacia otro lado mientras los menores acceden con total facilidad a contenido tan sumamente explícito, que ni siquiera un adulto debería ver sin criterio ni educación previa. Se necesitan medidas serias y efectivas: controles de edad reales o regulación de las plataformas. Porque no es libertad permitir que niños de 12 o 13 años aprendan sobre sexo a través de la violencia, la humillación y, sobre todo, la mentira.
Ojalá nunca más nos tengamos que horrorizar al leer algunos de los comentarios bajo un vídeo inocente. Ojalá podamos volver a ver a las mujeres como lo que verdaderamente somos: personas, no personajes de un sueño ajeno. Porque el porno no solo está destruyendo la manera en que los hombres ven a las mujeres: también nos está robando la humanidad, esa capacidad de mirar con alma. Y ojalá llegue el día en que podamos recuperar esa mirada.
