Enganchados a la pantalla: el precio invisible de las redes sociales
Cada vez es más difícil pensar en un día sin abrir Instagram, TikTok o X (antes Twitter). Las redes sociales son una extensión de nosotros mismos, una ventana siempre abierta al mundo y, a la vez, un espejo que deforma nuestra realidad. Pero detrás de la promesa de conexión hay un enemigo silencioso: el daño a la salud.

La Organización Mundial de la Salud y otros estudios alertan sobre el incremento de la depresión, la ansiedad y los trastornos del sueño entre los jóvenes que dedican más de tres horas al día a las redes sociales. Los algoritmos no solo nos enseñan lo que es de nuestro agrado, sino también aquello con lo que nos enganchamos, generando un vínculo adictivo que refuerza la búsqueda de aprobación y la comparación continua.
El problema no solo radica en el tiempo que se destina, sino en la manera en que estas plataformas moldean nuestra autoestima y nuestra manera de relacionarnos. Las vidas perfectas que vemos en otros son, en efecto, partes editadas con cuidado. Esa exposición a la «perfección digital» provoca inseguridad, frustración y el sentimiento de no ser suficiente.
Por lo tanto, es necesario fomentar una educación digital responsable. Acciones como los talleres de bienestar emocional que ofrecen universidades como la Universidad de Alicante o el Plan de Salud Mental del Gobierno español son medidas esenciales para abordar este problema. Las redes sociales no son el enemigo, sino una herramienta que necesita límites. También es cuidar de uno mismo aprender a desconectar. Quizás sea momento de observar menos la pantalla y más hacia adentro.
