Embobados en la pantalla: la sociedad que dejó de mirarse a los ojos
Viajar en autobús se ha convertido en una escena casi distópica. Donde antes había conversaciones espontáneas, ahora reina el silencio roto únicamente por el sonido de notificaciones. Jóvenes, adultos e incluso personas mayores permanecen con la mirada fija en el móvil, desconectados del entorno inmediato. Lo que antes era un espacio de socialización cotidiana se ha transformado en un vagón lleno de cuerpos presentes y mentes ausentes.
Este fenómeno, conocido como adicción al smartphone, no es nuevo, pero sí cada vez más evidente. Según un estudio reciente del Instituto Nacional de Estadística sobre el uso de tecnologías, más del 95% de los jóvenes entre 16 y 24 años utiliza el teléfono móvil a diario, y más de la mitad reconoce sentirse “ansioso” si no lo tiene cerca. Esta dependencia tecnológica ha modificado profundamente nuestros patrones de comportamiento social.
Hablar con desconocidos, pedir una dirección o simplemente observar lo que sucede alrededor son prácticas en extinción. En el autobús, en la cola del supermercado o incluso caminando por la calle, la interacción espontánea se ha visto sustituida por el desplazamiento automático del dedo sobre la pantalla. Curiosamente, quienes más se resisten a esta tendencia son las personas mayores, pero incluso ellas han caído en la tentación de las redes sociales o los grupos de WhatsApp.
La pérdida de contacto humano directo tiene consecuencias más allá de la nostalgia: afecta a nuestras habilidades sociales, especialmente en las generaciones más jóvenes. Diversos psicólogos alertan de que los adolescentes muestran mayores dificultades para mantener conversaciones cara a cara, interpretar gestos o gestionar el silencio sin recurrir al móvil. El Ministerio de Sanidad ha advertido incluso sobre el riesgo de aislamiento y ansiedad derivados del uso excesivo de pantallas.
No se trata de demonizar la tecnología —los móviles son herramientas útiles y necesarias—, sino de reaprender a usarlos sin perder lo esencial: la conexión humana. Tal vez el verdadero desafío del siglo XXI no sea tener la última versión del smartphone, sino atreverse a levantar la mirada, guardar el móvil en el bolsillo y empezar una conversación. Porque, en el fondo, nada reemplaza la calidez de una mirada o la espontaneidad de una charla con un desconocido.

