Turismo y redes sociales: la ilusión de la experiencia

Turismo y redes sociales: la ilusión de la experiencia
La paradoja del viajero moderno

El turismo es, o debería ser, una experiencia única. Algo que se guarda en el corazón, no solo en el feed o en los stories de Instagram.
Vivimos un momento en el que la vida cotidiana se basa en la rapidez: producimos rápido, consumimos rápido y también viajamos rápido. En este contexto, el turismo y las redes sociales se han convertido en un binomio inseparable: inspiran, informan y condicionan la forma en que viajamos. Como recuerda el psicólogo Miguel López-Sáez (2023), “vivimos en una época de acumulación de cosas y no de experiencias”. Y quizá por eso, el turismo, que debería romper ese ciclo, termina muchas veces atrapado en él.

Por un lado, las redes sociales tienen un poder innegable: inspiran. Muchas personas descubren nuevos lugares gracias a una imagen compartida o a un vídeo viral. Según Millán Delgado (2024), en su estudio “Redes sociales y la influencia en la decisión del destino turístico”, el volumen de observaciones y calificaciones que otros usuarios publican es un factor preponderante en la decisión de visitar un lugar. Esto evidencia que no es solo la imagen la que atrae, sino también la validación colectiva detrás de ella.
Sin embargo, la inspiración se convierte en imitación cuando el deseo de vivir una experiencia se reduce a replicar lo que ya se ha visto en las redes. Ahí la autenticidad empieza a desvanecerse en la búsqueda del reconocimiento.

Entre la búsqueda y la sombra: el viajero frente a su propia autenticidad

Además, la velocidad con la que consumimos el mundo se refleja en la forma en que viajamos. Pasamos de una ciudad a otra sin realmente estar en ninguna. Queremos registrarlo todo, pero a veces no vivimos nada.
Según Frontiers in Psychology (2022), la calidad de la información turística en redes influye en cómo los viajeros perciben un destino. Cuando transmite emociones y contexto, genera un vínculo más profundo; cuando se limita a la apariencia, la experiencia se vuelve superficial.
A esto se suma un efecto psicológico cada vez más común. Tourism Management (Huang, Qian & Tu, 2025) advierte sobre la ansiedad turística inducida por las redes, causada por la comparación constante con viajes idealizados. Así, no solo compartimos, sino que buscamos cumplir un ideal digital de felicidad que rara vez existe fuera de la pantalla. Por eso, el problema no es publicar, sino cómo y para qué lo hacemos.

El País (2025) habla del “turismo del selfi”, ese fenómeno que convierte los destinos en escenarios. Es cierto que muchos lugares se transforman para ser más instagrameables. Pero también hay quienes comparten sin posar, quienes publican para recordar y no para impresionar. Y en ese gesto, las redes recuperan sentido. Publicar no siempre es fingir, también puede ser recordar, compartir o agradecer. Lo importante es que la cámara no sustituya la mirada.

A veces pienso que el problema no es mirar a través del teléfono, sino olvidar mirar sin él. Podemos disfrutar del momento y también contarlo. Podemos reír, grabar, guardar y seguir sintiendo. Tal vez el equilibrio esté ahí: en vivir la experiencia primero, y compartirla después.
Porque las redes no son el enemigo, son solo el espejo donde mostramos cómo decidimos vivir. Las redes pueden acompañarnos, si aprendemos a usarlas con calma. No necesitamos elegir entre disfrutar o compartir: podemos hacer ambas cosas. Al final, lo importante no es si la foto es perfecta, sino si refleja la emoción del momento.

laracasa

grupo 4.2 - 2025

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