La IA podrá imitar, pero nunca sentir
Como persona que se ha criado en una banda de pueblo, que va a música desde los tres años y que toca el clarinete, últimamente he escuchado a mucha gente decir que la inteligencia artificial nos va a reemplazar. Lo curioso es que casi siempre, por no decir siempre, lo dicen personas que estoy segura de que no escuchan música clásica, marchas moras y cristianas, pasodobles, etc., ni entienden lo que se siente al vivirla en directo. Hablan de algoritmos que componen obras increíbles o programas que tocan sin errores, pero olvidan que la música no se trata solo de precisión.

Cada concierto es único: la batuta guía, pero la emoción surge en cada interpretación.
Cuando tocas en una banda, todo es impredecible y humano. Las miradas entre los músicos, las respiraciones se sincronizan, los silencios se llenan de tensión y emoción… Esto no se puede programar. La música no es una secuencia de notas bien ejecutadas; es un lenguaje vivo que se construye entre quienes tocan y quienes escuchan. Cada concierto es distinto, y aunque toquemos la misma obra mil veces, siempre hay algo nuevo: una emoción diferente, una energía distinta, un público que reacciona de otra manera.
El arte no solo se trata del resultado, sino del proceso. Horas de ensayo, frustraciones, errores, pequeñas victorias… todo eso se ve reflejado en la interpretación. Quizá un algoritmo pueda tocar el Concierto de Mozart sin fallar una nota, pero no podrá transmitir la historia de quien lo ha ensayado durante meses para hacerlo suyo.
No tengo miedo a la tecnología; al contrario, creo que puede ayudarnos mucho. Pero hay una línea que no podrá cruzar: la de la emoción auténtica. Porque cuando un músico toca de verdad, lo que vibra no son solo las cuerdas o las cañas, sino el corazón de quien escucha. Y eso, por suerte, sigue siendo algo exclusivamente humano.
