Los editoriales están siendo sustituidos por las redes sociales
En la actualidad, todo el mundo tiene su propio espacio para expresar su opinión. Las redes sociales han convertido a todos los usuarios en posibles creadores de opinión, rompiendo con los límites entre periodista, influencer y público. Lo que antes exigía una columna en un periódico hoy puede difundirse a través de un vídeo de TikTok o una simple historia en Instagram. El auge de las redes sociales ha hecho que dar una opinión sea accesible para todos, pero también ha disminuido la responsabilidad que implica hacerlo con criterio.
El periodismo de opinión surgió con la intención de interpretar los hechos, aportar contexto y ofrecer una visión crítica de la realidad. Los editoriales, columnas y artículos firmados eran, y son, espacios de reflexión que ayudan a comprender la actualidad. Sin embargo, en plena era de “lo viral”, ese papel ha pasado a depender de los algoritmos y las emociones. Hoy en día, el clic vale más que el argumento y la rapidez con la que se difunde una idea es mayor que el tiempo que se necesita para comprobarla.
En el mundo actual, para hacerse oír, los líderes de opinión ya no necesitan una página en El País o El Español, sino que les basta con sus propias redes sociales. Sus lectores confían más en su estilo, en su cercanía y en su carisma que en su credibilidad. Esta transformación plantea una pregunta necesaria: ¿estamos más informados o simplemente más expuestos? Las redes sociales han permitido que voces que antes no tenían lugar en los medios tradicionales ahora lo tengan; pero también han permitido la desinformación, la manipulación emocional y los juicios rápidos sin contraste.
El desafío actual para el periodismo es recuperar su valor sin renunciar a las nuevas herramientas. Los medios deben aprender a convivir con las redes, pero sin perder su esencia ni lo que los hace necesarios, como la coherencia, el análisis contrastado y la ética profesional. Opinar no debería ser simplemente una reacción, sino un proceso de reflexión que contextualice y asuma las consecuencias de lo que se dice.
En un contexto lleno de opiniones, la diferencia entre un tuit y un artículo de opinión está en la responsabilidad con la que se escribe. La libertad de expresión no significa decir cualquier cosa, sino entender cómo y por qué se dice. Si la opinión es un derecho, entonces la reflexión debería ser una obligación. Tal vez sea el momento de que el periodismo nos recuerde lo que, al parecer, las redes sociales han olvidado: pensar antes de compartir.

