La epidemia del cansancio, cuando la productividad se vuelve una trampa.

La epidemia del cansancio, cuando la productividad se vuelve una trampa.
El agotamiento, una consecuencia silenciosa de las exigencias modernas que rara vez se muestran en cifras.

Vivimos en una sociedad que no sabe parar. Todo el tiempo escuchamos frases como “hay que aprovechar el día”, “sé más productivo” o “el tiempo es oro”. Se nos enseña desde jóvenes que el valor personal depende de lo que hacemos, de lo que logramos, de lo que mostramos. Pero en ese intento por rendir más y más, hemos terminado cayendo en lo que muchos llaman la epidemia del cansancio: un agotamiento generalizado que va mucho más allá del simple sueño o el estrés del trabajo.

El filósofo Byung-Chul Han, en su libro La sociedad del cansancio, explica que ya no vivimos en una sociedad de la obediencia, donde alguien nos decía qué hacer, sino en una sociedad del rendimiento, donde somos nosotros mismos quienes nos imponemos las metas. Nadie nos obliga a trabajar sin descanso: lo hacemos por iniciativa propia, creyendo que así seremos mejores, más exitosos o más felices. Sin embargo, esa libertad aparente es engañosa, porque nos convierte en nuestros propios jefes, y muchas veces, en nuestros peores verdugos.

Las redes sociales han intensificado este fenómeno. En plataformas como Instagram o LinkedIn parece que todo el mundo tiene proyectos, metas y logros constantes. Vemos a otros “aprovechando su tiempo” y sentimos culpa si descansamos. El ocio y la pausa se asocian con la flojera, y la productividad se vuelve una especie de medida moral: quien no produce, no vale. El problema es que vivir así nos deja vacíos, ansiosos y sin energía incluso para disfrutar de lo que conseguimos.

El cansancio del que se habla hoy no es sólo físico, sino mental y emocional. Estamos agotados de compararnos, de fingir motivación, de intentar ser eficientes hasta en los momentos de descanso. Este ritmo constante no deja espacio para pensar, para aburrirse o simplemente para estar. Y sin esos espacios, perdemos algo fundamental: la capacidad de conectar con nosotros mismos.

Un rostro que habla sin palabras: el peso del cansancio que todos llevamos alguna vez.

Quizás el desafío actual no sea hacer más cosas, sino aprender a detenernos sin sentir culpa. Entender que descansar también es productivo, porque nos permite recuperar energía, creatividad y sentido. Tal vez debamos redefinir qué significa “rendir”: no como sinónimo de estar ocupados todo el tiempo, sino de vivir de manera más equilibrada y consciente.
La verdadera resistencia, en una cultura que nos quiere siempre activos, podría ser tan simple —y tan revolucionaria— como atreverse a descansar.

lauracanovas

Estoy en el grupo 2 del primer curso de Publicidad, curso 2025/2026

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