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Tu silencio les marca

9 enero, 2019 adrilacueva Leave a Comment

El bullying es provocado por un alumno, apoyado por un grupo, y enfocado contra una víctima que se siente indefensa

Tanto tiempo en pie y aún se sigue sin encontrar una solución realmente efectiva al acoso escolar. Se habla de la culpa del agresor, de los espectadores, e incluso de la propia víctima, a la que se le tacha en muchos casos de “chivato”, justificación suficiente como para que el acosador considere su actitud como “provocativa”. Se remite la causa del comportamiento del abusón a la familia, y la falta de reacción a los profesores y, en general, al sistema educativo.

Todos juntos simulan el juego de la bomba, se pasan la culpa unos a otros respaldándose siempre en los mismos argumentos, hasta que el del medio detiene el juego, y si lo hace, es porque la víctima ya ha explotado.

Y, es verdad que la masa silenciosa de compañeros interpretan un papel crucial a la hora de contrarrestar la actuación del agresor, animándolos así a actuar y a delatar el acoso (bajo este argumento se resguarda el Programa KiVa, proyecto contra el bullying, que ha contribuido a disminuir el índice de acoso escolar en países como Finlandia), pero es que no hay acoso sin acosador. Entonces, el principal problema consiste en identificar qué motiva al agresor a reaccionar de ese modo, y lo incita a desahogarse en la víctima.

Juanjo Mota, policía nacional (UFAM de Alcoy), argumenta que lo que le empuja a actuar así es “el reconocimiento grupal, el poder y la reafirmación en un entorno tóxico e idealizado”. Mari Carmen Carricondo, psicóloga y orientadora del colegio María Asunta de Castalla, complementa el comentario añadiendo que es “una forma de divertirse”. No obstante, ambos coinciden en que, a la hora de solucionar el problema, los padres o tutores del abusón deben, como manifiesta el policía, “reprender su comportamiento, y no como por desgracia se observa, excusarlo, culpabilizando tanto a la propia víctima como a otros”, punto que comparte Mari Carmen Carricondo, añadiendo que “deben intentar arreglar las cosas, sin embargo, no todo el mundo reacciona de ese modo sino que se sienten atacados, y más cuando es un padre el que se lo dice al otro”.

Por otra parte, los padres de niños acosados, según informa la psicóloga, “no deben alarmarse, porque el niño ve que puede haber magnificado el problema al contarlo, y sentirse culpable de empeorar su situación, y, por lo tanto, de las consecuencias que recaerán sobre él”.

No hay un perfil determinado que defina al agresor, pero sí que hay unas premisas fijas, resumidas en el hecho de que el acosador se ve superior, bien porque cuenta con el apoyo de sus compañeros, o porque considera a la víctima vulnerable, lo que lleva a esta última a creerse incapaz de defenderse ante la intimidación. Sin embargo, el hecho de mostrarse débil no hace más que fortalecer al abusón.

Juanjo Mota expresa lo dicho con otras palabras: “nos puede parecer dramático, pero cuando nos seleccionan como víctima es porque la otra parte infravalora nuestras posibilidades. Es ridículo el aprendizaje que en otro tiempo nos enseñaban nuestros padres; “de aquel ojo por ojo”, o “tú no pegues, pero si te pegan…”, ya que se obviaba que cuando alguien se mete contigo es porque subjetivamente se cree más fuerte y probablemente lo sea. Lo que tenemos que hacer es llevar la contienda a otro terreno distinto al seleccionado inicialmente por nuestro rival, iniciar la petición de auxilio”.

Y, aunque hay compañeros que denuncian este comportamiento, muchos de ellos no intervienen porque les resulta “divertido”, porque confían en que nunca se verán en esa tesitura y prefieren, entonces, que el problema sea resuelto por otros que se den por aludidos; o bien por miedo a que el agresor se vuelva contra ellos también. Tanto la psicóloga como el policía defienden que para concretar la respuesta a la pregunta de cómo enseñar a actuar ante una injusticia; no hay otra, que el reproche y la denuncia, “el silencio nos hace, como poco, cómplices” declara.

El policía confiesa que “cuando son requeridos los menores, que han actuado según la propia víctima como meros espectadores o “palmeros” del agresor, ellos mismos se excusan señalándose como simples espectadores ocasionales, […], a la vez que son reforzados por los mismos padres, argumentando que de haberse significado, podían haber sido objeto de la misma injusticia que la víctima. Es alarmante el escaso sentido cívico que promulgamos a nuestros hijos, excusado por el temor a las represalias que pudiera conllevar para ellos actuar en defensa del otro. En ese caso, utilizo la estrategia de plantear a los menores la siguiente pregunta: “¿Crees que el otro, si hubiera estado solo, hubiera hecho aquello? Siempre, digo siempre, la respuesta es negativa”.

El acosador trata de humillar al acosado a través de insultos u otras palabras denigrantes, que le sirven para justificar su comportamiento hacia él, mientras que, además, consiguen mantener la conspiración en silencio, tanto por parte de los testigos de la agresión, como de la propia víctima. Llegando esta última a culpabilizarse de la situación en la que se ve envuelto, e incluso a negarla y ocultarla interiorizándola, lo que no hace más que perpetuarla. Pero la víctima, y los padres o apoyo que tenga, deben recordarle que “el abusón no se mete con quien quiere, sino con quien puede”.

Juanjo Mota justifica dicha situación acudiendo a su experiencia, testificando que: “Es habitual, a través de denuncias mediáticas, que seamos espectadores de hechos grabados por los propios menores. Por desgracia no lo es tanto, cuando se pone el dedo en la llaga y se criminaliza en el mismo medio, por igual, tanto al que materialmente golpea, como al que graba, observa o pasa sin inmutarse; es ahí donde está la clave. Habitualmente, por no decir siempre, cuando el menor víctima es interpelado por la identidad de sus agresores, señala a uno, dos o como mucho tres, no identificando hasta que se insiste en ello, a los acompañantes de aquellos, subrayando pero ellos no me hicieron nada”.

Por lo que, entonces, el peor caso es el de aquellos acosadores que no son conscientes de que lo son, eso sucede principalmente en aquel que mete el golpe “por la bajini” que “aplaude” la acción del abusón, la refuerza, prefiere estar a su lado que frente a él. Es con éstos, que son los más habituales, con los que hay que trabajar y hacerles ver la crueldad y lo cobarde de su posición.

Pero, entonces, ¿se le debería aplicar al agresor algún tipo de sanción que contrarreste el augurio que ha sufrido el acosado?, Mari Carmen Carricondo responde explicando que “las sanciones empeorarían las cosas en la medida que el agresor pensaría que: encima por su culpa me han castigado, con lo que no se mejoraría la situación, si no que el agresor puede sentirse ofendido y machacar aun más a la víctima acusándola de chivato”.

Por lo tanto, y generalmente, los padres piden a sus hijos que sean cívicos, solidarios y altruistas, pero temen que tomen partido en defensa de un oprimido para no desviar la ira del opresor hacia ellos.

La clase de quinto de primaria del Felicidad Bernabeu de Ibi, realizó un proyecto, ya puesto en práctica en otros colegios de la comarca, que consistía en, primero, visualizar el principio del cortometraje “Pelirrojo”, en el que se representa el acoso al que se ve sometido un niño pelirrojo, al que lo oprimen diariamente sus compañeros. A continuación, se le preguntó a cada niño sobre lo que pensaban, y se les asignó, por grupos, un papel dentro del proceso del acoso.

Entre los grupos de las víctimas, se llegó a decir que ésta, aparte de sentirse pequeña e indefensa, se consideraba culpable de su situación. Por otra parte, en cuanto a los grupos que representaban a los agresores, manifestaron que éste es un “chulito” que se cree “poderoso, superior y gracioso” cuando se mete con el niño pelirrojo; mientras que los grupos restantes expresaron que, los espectadores, no quieren problemas, se muestren indiferentes, incluso “paralizados por no saber qué hacer, por miedo a que me lo hagan a mí”.

Una vez expuestas las diversas opiniones, cada uno ideó una solución al problema que, más tarde, pusieron en común. Para la pregunta ¿qué puede hacer el agresor?, la mayoría de las respuestas eran del tipo “ponerse en el lugar de la víctima, pedirle perdón”, mientras que se dio una mayor variedad de medidas para ¿qué puede hacer la víctima?, como “defenderse y buscar ayuda”, incluso “regalarle unas sesiones de terapia y relajación al abusón”, pero, sobre todo, “debe dejarse ayudar”. Sin embargo, el caso de los observadores fue el más particular, con, entre tantas soluciones, una respuesta tan eficaz como hablar con alguien que pueda ayudar, intervenir tu mismo, hacer lo que sea “mientras se reaccione a tiempo”.

Seguidamente se volvió a reproducir el corto, pero esta vez hasta el final, así la clase pudo ver cómo solucionaba éste la situación, comparándola con las propuestas que ellos mismos habían elaborado.

Por último, para cerrar el proyecto cada grupo creó su propio eslogan contra el acoso escolar, “Menos acoso y más felicidad”, “Si haces acoso escolar, pronto del colegio te van a echar”, “Si no quieres que una persona lo pase mal, no lo discrimines y arréglalo ya”, entre muchos otros.

Ana Gómez, profesora de la clase, confiesa que “a nivel de aula yo suelo dedicar bastante tiempo a hablar sobre los sentimientos, sobre todo a la vuelta del patio o siempre que haya un conflicto en el colegio. Mientras que a nivel de centro tenemos el programa TEI (Tutoría Entre Iguales), en el que los alumnos y las alumnas de quinto tutorizan a alumnos de tercero. Es decir, son las personas de referencia en el patio para mediar ante cualquier problema que surja con otros alumnos o alumnas. Esto ayuda bastante a los mayores a desarrollarse como figura de referencia hacia los otros y los pequeños se sienten protegidos”.

Filed Under: Inform@ndo, SociedadTagged With: acoso escolar, bullying, colegio, policia nacional

adrilacueva

Sóc un estudiant de quart de carrera que fa les pràctiques a Comunic@ando

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