
Antonia a los 18 años
Antonia España Aguado es una jubilada y ama de casa que nació el 28 de diciembre de 1946. Esta época, marcada por la dictadura de Francisco Franco, tuvo como consecuencia que un 46% de niños no fuera a la escuela. La familia de Antonia, perteneciente a la clase obrera, no tuvo los recursos necesarios para mantener escolarizados a sus cuatro hijos durante la época del franquismo. Es por esto que Antonia se vio obligada a empezar a trabajar a los 9 años en los campos de cultivo y sirviendo en casas de gente adinerada de su pueblo, además de criar a sus tres hermanos.
Pregunta: ¿A qué edad comenzó a asistir al colegio?
Respuesta: Comencé a ir al colegio a los 8 años pero fui muy poco. Por entonces el colegio del Estado se llamaba el Graduado y era gratuito. En mi pueblo no había colegios de paga. De todas formas, yo iba poco al colegio, de forma muy esporádica. Fui a intervalos. Si ese día a mi madre le iba bien que fuera, iba, como mucho, durante una temporada, pero si me necesitaba para cuidar a mis hermanos, me quedaba en casa. Yo no tenía la obligación de ir todas las mañanas al colegio. Yo me levantaba temprano para trabajar, para vender churros.
P: ¿A qué edad lo abandonó y por qué?
R: Porque mis padres me pusieron a trabajar o a cuidar a alguno de mis hermanos. Con 9 años yo ya iba a trabajar al bancal y además tenía 3 hermanos más pequeños a los que debía cuidar. No podía ir al colegio.
Entonces me enseñó a leer un hombre. Por los pueblos del interior se estilaba. Hombres que sabían leer y escribir enseñaban por la noche y se dedicaban a dar clases a las personas que no sabíamos, a los niños, aunque también iban muchos adultos. Se llamaba Esteban y no tenía título ni nada, los padres le pagaban al hombre lo que podían. Daba las clases en su casa, en su comedor, que era muy viejo, y nosotros llevábamos una libreta y unos cuadernos donde leíamos, que se llamaban las rayas. Era como un libro muy fino. Los primeros textos que aprendí a leer fueron ahí.
Pero después yo me enseñé a leer mejor. Lo leía todo. Me escondía por los rincones de mi casa y leía a Roberto y Pedrín Alcázar, que eran unos detectives, al Jabato y al Capitán Trueno, que era un luchador.
P: ¿Qué recuerdos tiene del colegio?
R: Antes, en la Guerra Civil, ese colegio era una cárcel. Luego se convirtió en un colegio. Consistía en una sala pintada de blanco con mesas. Era tan pequeño que no teníamos recreo, pero en otros colegios del Estado que eran más grandes, los Graduados, sí tenían patio del recreo.
P: ¿Tenía un horario fijo?
R: Íbamos por la mañana. A la hora del almuerzo nos daban un vaso de leche en polvo y un quesito. Quien quería bebérsela, le echaba agua y quien no, quien quería reservársela para su familia, se la llevaba a su casa.
P: ¿Recuerda cómo era su día a día en el colegio?
R: Tengo muy pocos recuerdos de esa escuela. Como yo era de las más pobres, la maestra me llevó a trabajar de criada a su casa. Venían sus suegros a comer y yo les servía, hasta que un día le rompí la vajilla sin querer (se ríe).
P: ¿Cómo eran los maestros en los años 50?
R: Mi maestra se llamaba Doña Carmen y era muy buena. Yo solo tuve a esa profesora. Era de las más mayores y no tenía hijos. Tendría por los 50 años aunque antes, tener 40 era como tener 70 de ahora.
En ese colegio, que en tiempos de guerra era la cárcel, había maestros y maestras. Mi hermana tuvo a un maestro, por ejemplo.
P: ¿Recuerda las asignaturas que se impartían en clase?
R: No recuerdo que diéramos ninguna en concreto. Sé que leíamos en las rayas y escribíamos en una libreta. Me acuerdo que la profesora hacía dictados, pero yo tenía muchas faltas de ortografía. Nunca he sabido escribir bien (ríe).
P: ¿Había segregación por sexos en los colegios? ¿Cómo eran sus compañeras?
R: En clase éramos todo chicas, sí, nos separaban por sexos.
En mi clase también iban las niñas ricas del pueblo pero a ellas se sentaban delante, al lado de la maestra. Ellas llevaban un maletín de madera con sus libretas, sus rayas y sus plumieres. Yo solo llevaba una bolsa de tela con un lápiz, una goma de borrar y la libreta. En mi pueblo había 2.000 personas y había como unos 7 ricos en total que lo tenían todo. Los demás éramos pobres.
Aunque en la Iglesia también nos separaban. Cuando se hacía la comunión, las niñas con un poder adquisitivo más alto iban vestidas con vestidos blancos y a mí me tocó ir con un vestido azul. Me senté en uno de los primeros bancos y el cura echó a las que éramos pobres para sentar a las ricas delante.

Antonia y sus hermanas durante el franquismo
P: ¿Y qué me puede decir sobre el control ideológico en el colegio?
R: Teníamos que rezar y cantar todos los días antes de empezar las clases. También nos obligaban a ir a misa los domingos y si no acudías, se chivaban y te castigaban el lunes siguiente en clase. Antes de comenzar, cantábamos el cara al sol y me acuerdo que había un crucifijo en la pared y una fotografía de Franco en todas las aulas.
P: ¿La castigaron alguna vez?
R: Claro, nos castigaban a todos. Me ponían con los brazos en cruz y de rodillas, mirando a la pared. Yo me cansaba y miraba hacia otro lado. La maestra me decía: “Antonia, va a tener que estar más tiempo como siga así…”.
Aunque a mí no me han pegado nunca. La maestra que tuve era muy buena y no nos pegaba. Había hombres que sí. Había maestros y maestras que sí que pegaban. A una de mis hermanas el maestro sí le pegó. Era muy revoltosa y siempre se escapaba del colegio a la hora del recreo. Normalmente te castigaban por hablar o por no hacer caso de algo. Era todo muy recto. Recuerdo un ambiente muy oscuro.
P: ¿Sabe si las hijas de personas con un poder adquisitivo más alto continuaban los estudios?
R: Sí, a las cuatro o cinco chicas más ricas las mandaban a Madrid a estudiar una carrera. Ellas fueron luego azafatas de vuelo y enfermeras, pero fueron muy pocos en mi pueblo los que lograron tener una carrera universitaria.
P: ¿Y no ocurría nada si dejaba de asistir al colegio?
R: Antes, dejaban de mandarte al colegio y ya está, no ibas más. No nos apuntaban en ningún registro y no controlaban la asistencia a clase. No tenías ni que notificar que ya no ibas a ir más ni los maestros llamaban la atención a los padres para que los niños continuaran yendo a la escuela. Ahora hasta que no tienes los dieciséis, los profesores os siguen insistiendo para que vayáis, pero por aquel entonces, no. El que quisiera ir, que fuera y el que no, no. Cuanto menos supiéramos los pobres leer y escribir, mucho mejor para el Estado. No se mataban porque fueras una lumbrera. De los pobres de mi pueblo nadie tenía carrera universitaria ni había pisado una universidad. En los pueblos no había universidades ni institutos siquiera. Yo no fui nunca a uno. Los niños ricos, salían del colegio con 12 años y los enviaban a estudiar a Madrid.
P: ¿Su pueblo era muy católico y franquista?
R: Para nada, mi pueblo era rojo, rojo. Lo llamaban la pequeña Rusia. Todos eran comunistas allí. Los niños íbamos a misa por obligación, pero los padres no. Cuando terminó la Guerra Civil a los adultos sí se les obligó a ir a misa, si no, la gente rica no les daba trabajo. Si fallaban un domingo, el amo, que era así como llamaban al jefe, se enteraba y los dejaba sin trabajo, los echaban de la calle, así que tenían que ir a la Iglesia sí o sí.
P: ¿Y su familia? ¿Era católica?
R: Para nada (ríe). Mi familia también era comunista. Mi padre, después de enterarse de que el cura me había sentado unas filas más atrás en mi comunión, no quiso que mis hermanos comulgaran.

Antonia durante la entrevista
P: ¿Cuáles son las mayores diferencias que nota entre la educación de ahora y la que se impartía en el franquismo?
R: No tiene ni punto de comparación, para nada. Ni el sistema de estudios ni la preocupación por que los niños asistieran al colegio eran los mismos. El niño que no quería ir a la escuela, no iba, se quedaban en la calle jugando, como hacía mi hermana. Luego lloraba porque no sabía leer y fui yo quien la enseñó (ríe). La diferencia más grande que veo es que antes la escolarización no era obligatoria y había trabajo infantil. Todos mis hermanos comenzaron a trabajar siendo muy pequeños y mi marido también. Era lo normal en aquella época.
P: ¿Cuáles han sido para usted las consecuencias de recibir una educación en el franquismo?
R: Nunca he podido optar a un puesto de trabajo en condiciones. Siempre que tengo que rellenar algún papel administrativo, tengo que pedir ayuda. Las mujeres un poco más jóvenes que yo se enteran de todo y a mí me dan mucha envidia. Hubiera deseado estar en ese lado. Tampoco sé escribir del todo bien y eso es algo que me hubiera gustado aprender. No sé lo que va con b o con v, no sé lo que lleva h o lo que va con doble r.
Por culpa del franquismo ha habido mucha gente analfabeta. Yo tengo muchas amigas que lo son. Mi amiga no sabe ni leer ni escribir y ahora de mayor ha ido a la escuela de adultos, pero no le entran las cosas. Si hubiera recibido educación de joven, claro que habría podido aprender, pero le pasaba como a la mayoría de nosotras, que trabajaba y sus padres la llevaron a servir, a cuidar niños a otras casas y no iba a la escuela.
P: ¿Le hubiera gustado continuar con los estudios si hubiera tenido la oportunidad?
R: No, no se me daba bien. Fui a una escuela de adultos cuando me casé, pero ya fue demasiado tarde para mí. De todas formas, me encanta leer. Desde que aprendí, leo todo lo que puedo.
Cuando mi hija tenía 14, 15 y 16 años, yo le decía a mi vecina: “Nuestros hijos tiene que ir al instituto y a la universidad, para que no les pase lo que a nosotras, que no sabemos rellenar ni un papel.»