Por: Ariadna Martínez Millán
Es un hecho, del que todos somos conscientes, el que las redes sociales e internet hayan influido, y lo sigan haciendo, significativamente en el ritmo de nuestra vida. Además, afectan al comportamiento de la sociedad, tanto en el avance tecnológico como en la comodidad y fluidez de ciertas acciones de nuestro día a día. Sin embargo, en ningún momento pudimos llegar a imaginar que el ritmo de velocidad de nuestras vidas superaría al de la fibra óptica.
Internet, y concretamente las redes sociales, han sido un avance que ha cambiado de manera vertiginosa nuestra forma de vida. Cierto es que han aportado numerosos cambios y beneficios. Han facilitado las relaciones personales, es mucho más fácil establecer contacto por MD que en la cola de la panadería. La búsqueda de información es mucho más sencilla hoy en día, puedes encontrar fácilmente cientos de anuncios y ofertas de trabajo. Por ejemplo, en Instagram, donde cada 3 stories visualizadas aparece un anuncio distinto.

Todo esto puede resultar asombroso y beneficioso para la sociedad, pero también puede volverse en contra si no hacemos un buen uso de ellas, ya que se pueden convertir en un arma de doble filo. Nos estamos acostumbrando a la inmediatez que nos ofrece internet y las redes sociales, incluso hemos llegado a reproducir los audios de nuestros contactos de WhatsApp en x2. Estamos dejando de escuchar, y lo más importante, estamos dejando de pensar, de razonar.
El ritmo de vida que estamos creando genera mayores niveles de ansiedad y depresión, nos llega más información en un segundo por internet que en toda nuestra vida, cosa que no nos deja procesar la información y por lo tanto nos incita a tomar decisiones más apresuradas, haciéndonos así más manipulables como sociedad.

No puedo dictaminar que las redes sociales e internet sean un crimen, pero sí que con un mejor uso de estas podríamos llegar a ser una sociedad en armonía, con su propio criterio, y que no se deje influenciar por cada pixel que emita la pantalla.